Lado B .

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El que busca la soledad,
busca el silencio;
el que no habla está solo,
incluso en la muerte.

Paul Auster.






Hablame. Contame de vos. Qué hiciste, qué haces, a dónde vas. ¿Alguna vez tuviste un sueño agradable? El mejor día de tu vida. ¿A qué le temes? Por qué reís poco, por qué sonreís mucho. ¿A qué se deben tus enojos? En lo mas trivial de los momentos te escucho protestar y no se por qué.
Seguime hablando, que se te vaya todo el día en esta acción. No dejes ni un segundo de elaborar rápidas respuestas en tu cabeza. La frase más ingeniosa siempre te sale sin pensarla.

De qué van tus intereses. En los instantes que son tuyos, qué es lo que haces, en qué pensas.

Te veo abrir una puerta con gestos apurados pero precisos. De la misma manera saludas. Es como si uno viniera venirse un además brusco, por lo precipitado que este parece, pero en el último segundo se torna suave, delicado.
Conversame. ¿Podrías no dejar de hacerlo?
Todos nuestros silencios son de muerte. Y cuando algo así no puede ser de ninguna manera cómodo, entonces hay un vacío que me hace pensar que jamás te hablé, jamás conocí nada de vos. No podría reconocer tu voz en el silencio. No podría escucharte en ese silencio. Todo lo que podría saber, se torna confuso. ¿Cómo podría imaginar lo que pensas!

Dos personas que no pueden tolerar un silencio. ¿Por qué deberías dejar de hablarme cada vez que te dirigís a mí? Me obligas a caer, a habilitar aquella sensación de muerte lenta.

Hablame hasta en los momentos en que no puedas hablar. Tengo que por el contrario escucharme y todo se torna en una cita conmigo misma. Si ya no tengo remedio. Soy la cara de la derrota, la vida que queda después de los golpes. La vida desperdiciada. El lado B. El corazón que se usa sólo en casos de emergencia.

Y por lo pronto recurro a vos, porque así no puedo pensarme. Pero entonces tampoco puedo pensar en vos, no somos capaces de reconocernos en la quietud. Nos alejamos con la sensación de haber despertado en un lugar en el que no deberíamos estar, con alguien que no debería estar a nuestro lado.

Contestame. Cada. Pregunta. Que. Te. Hago.
Con la lentitud precipitada y la mirada concentrada.

Podríamos recitarnos una y otra vez. Repetirnos el mismo cuento. Siempre va a tener ese gusto a tragedia y comedia. Pretender que estamos llenos, hartos de hablar y por eso no dejar de hacerlo.
Necesito un olvido y lo único de lo que me estoy olvidando es de vos.
Se esfuma tu rostro con la facilidad con la que caigo dormida cada noche. Entonces nunca recordamos cómo es que nos dormimos. Así también me voy a olvidar de cómo te olvidé.

Incomodidad es la palabra que desata el terror, que construye un agujero enorme en nuestro camino.
Por eso hablame. Murmurame. Gritame. Quiero sentir el aire que tomas antes de pronunciar cada palabra.
Susurrame.
Empezá a hacerlo.



-

Ak .

-


no compliques
una fijación
con un supuesto

los cálculos
en tu mente
sólo brillan
por ausencia
de claridad


-

vuelven a ser
tus jugadas
las desmedidas
tus vasos
los rebalsados
tus besos
los desequilibrados


-

-ción.

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a una hora dada
calzas mis piernas

el fuego
devora las casas

pero son los libros
y tu dignidad

los que no saben pedir perdón.




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Habitación dos

-



Ese día nos pusimos a pensar en este aula de proporciones minúsculas. Los muebles oscuros de un viejo color madera barnizada le dan el aspecto lúgrube que hace que a nadie le guste trabajar acá. Por eso, para compensar lo aburrido del aula, las chicas inventaron que las hormigas, que viajan cada día por el cable que surca las paredes de la terraza, crearon esta habitación. La más pequeña de las cuatro.

La habitación número dos.




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Territorio hostil -

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- Me enerva, me exaspera. Se me sube por el cuello y me pincha en toda la cara, vengándose.
- Tranquilo mi amigo, no se deje dominar por el pánico. Escúcheme bien lo que le voy a decir y con esto usted después podrá analizar la situación en otra perspectiva.
- ¿A qué se refiere?
- Pues es muy simple. Vea como están ubicados. ¿Lo ve?
- Si
- Muy bien, ¿qué ve?
- A los dos sentados en una mesa… en una esquina. Y él, la está seduciendo, hijo de una gran pu..
- Tranquilo amigo, la dignidad se esfuma fácilmente si pierde la compostura.
Ahora, óigame. Usted mismo no lo ha podido haber dicho mejor. Se encuentran enfrentados en una mesa, en una esquina. ¿Por qué esa esquina, lejos de la ventana? Porque él no quiere que le reconozcan luego que estuvo con aquella dama. Que la está seduciendo es evidente, pero fíjese detenidamente en los detalles que presupone toda la situación. Ella está vestida con ropa casual pero por lo que me ha comentado es una mujer coqueta y a la que le gusta que la respeten. Es algo que se nota por la manera de cruzar las piernas y los ademanes que hace con las manos al hablar. Él sabe muy bien a lo que se enfrenta y le sigue la corriente de tipo riguroso pero que no muy en el fondo está dispuesto a ser todo lo cariñoso y protector que una mujer necesita.
Es un dandy, un seductor. ¿Cómo me doy cuenta?, por la manera de mover los labios como si todo el tiempo le estuviesen a punto de sacar una foto y por el terrible esfuerzo de hablar con propiedad que camufla discretamente entre risas. Ella no lo nota porque empieza a distenderse, a caer en la coyuntura.
Ella, una dama. Él, un dandy. Todo un juego de formalidades. Ahí esta la trampa y el orgasmo de toda la cuestión.
- Y entonces, ¿qué? Tengo que soportar ver como se la lleva a la cama.
- No se anticipe. Es evidente que eso no sucederá.
- ¿Cómo lo sabe?
- Bueno. Él piensa que ella es una boludita más. Le atrae la idea de la implicancia de alguna complicación, de una resistencia. Ella le ofrece esa resitencia y eso lo excita, pero nunca se planteó el llegar más lejos. Se vio siempre confrontado con la situación de “mujer entregada” y eso aburre, amigo. Todas las mujeres le hicieron y le hacen saber el encanto que tiene y así fueron y serán desechadas una por una. Y esta bien, pero... ¿qué pasa cuando el juego por fin se pone interesante? Ahí surge el conflicto. Nunca pensó en ir más allá, nunca creyó posible que aquello por fin sucediera, entonces, ante el miedo, no le queda otra opción que obligarse a creer que esa mujer es una boludita más. Ya su cara esboza la idea.
- Ja, patético.
- No lo sé, ¿quién podría juzgarnos?
- ¿Entonces?
- Entonces nada, amigo. Está noche él la despedirá en la puerta de su casa y no la volverá a ver. Pero en cambio yo, sí pienso volver a ver a esta mujer. Usted debería dejar de sufrirla y yo voy a ayudarle. Puede tomarlo como un gran auxilio o pensar que le camino por el cuello y le pincho toda la cara.
Au revoir, quédese con el vuelto.



12/9

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A breath of fresh air -

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Liquid seeps into your lungs
but your eyes look so serene




Si yo pudiera decirte cómo es que se me mete el barro por las rodillas hasta los codos y los nudillos, o los párpados, que a veces buscan entre los bolsillos del abrigo, ahora lleno de peces, ahora oliendo a vos.
Te me vas, para el otro lado del río te me vas. Pero sos ocioso y te quedas en la orillita tibia, en un pedacito de mundo. De un costado el agua fría, del otro la sal. Y yo que me estanco río abajo con la soga tirando del cuello, busco la grieta en el agua, la solvencia entre mis dedos tratando de comprender cómo es que las cosas se me podrían llegar a escapar.
Quizás puedas creer lo que te diga. Pero si yo pudiese explicarte como es que se acumulan algas acá, entre mis cosas, entre todo lo que pueda construir, entonces quizás y solo así, te sentarías un rato conmigo.
Un rato a conversar.



It's wonderful how the surface ripples
but you're perfect, and I cannot breathe



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While I'm watching tv





I imagine this story, about a girl and a boy. It’s 10 o’ clock in the morning. They wake up. The day arrives …



Son las diez de la mañana. Se despiertan. El día se les presenta como una sucesión de acontecimientos rutinarios por demás. Esperan dos minutos antes de salir por completo de la cama. Se dirigen al baño, lavan su cara. Él con migraña, ella con lagañas. Cada uno en su respectiva casa resuelve la mañana de un domingo con una mueca de seriedad. Lo que piensan no importa porque todo está allí, en la contemplación de los actos, de la mano que acaricia el pelo, de la otra apretando la cintura, agarrando un peine, poniéndose un pantalón.
De la mañana con sonido a pájaros, de la mañana con el café ya listo. Suena la silla, las piernas se cruzan, un dejarse caer. Es el llevar la taza a la boca y el click instantáneo retenido en ese actuar de los labios rozando apenas los bordes. Después del trago la mano de ella se extiende hacia la punta de la mesa, deja la taza. En la otra punta él levanta una taza, le da un sorbo a la infusión, contrae sus hombros, suspirará acaso, deja la taza.
Ella toca su pera. El toca su nuca. La contemplación de la ventana que da a ese interior de cosas no resueltas.
Lo que piensan realmente no importa. Todo está allí en un hacer lo mismo, figurar lo mismo, aparecerse y contenerse en un mismo lugar de cosas automatizadas.
Accidentalmente, él dejo de hablarle.
Consecuencialmente, ella dejo de pronunciarlo.
Eventualmente, jamás conversaron.